sábado, 16 de septiembre de 2017

UNA CERVEZA PARA OLVIDAR


No siempre el alcohol cura todas las heridas, no siempre es la mejor receta para un corazón roto, pero ¿será la mejor solución para el dolor de ego? Lo digo de esta manera porque la otra noche mientras estaba detrás de la barra de un concurrido local miraflorino, un sujeto se acerca a la barra y me pregunta que trago le podría recomendar para invitarle a una jovencita que acababa de conocer. Levanto la mirada y veo que es un sujeto más chato que alto y más flaco que chapado, su nombre es Raúl y bordeaba los 22 años.

La labor de un Bartender – aparte de servir bebidas – es la de aconsejar y sugerir opciones de bebidas al cliente. Es por esa misma lógica, que al ver las intenciones de Raúl, lo conmino a que le invite una piña colada (un coctel con el cual no tienes pierde), siendo cómplice de su plan de conquista.
Los Bartender somos  una especie de maestros jedi detrás de la barra, con increíbles movimientos de la coctelera y las cucharillas, interpretamos las más emocionaste técnicas de distracción y entretenimiento al público, en ocasiones podemos anticipar que bebidas van a pedir con solo mirar ciertos patrones expresivos de las personas. Pero, así como podemos ser muy hábiles en la mixologia, también solemos ser muy caballeros, el sentido del respeto se encuentra más allá de los placeres mundanos de la carne, en otras palabras, somos una especie de eunuco durante nuestro horario de trabajo.

Es por esa misma lógica, que cuando Raúl se acercó a mi barra a pedirme un consejo, lo conmine a que le ofreciera una piña colada, ya que la única forma que podemos satisfacer nuestra conciencia lujuriosa, es vivir a través de otra persona. Imagine que si él lograba ligarse a la flaca, equivaldría a que yo lo hubiera hecho.

No solo le sugerí un coctel, sino que también le di algunos tips para que pueda abordar a esa chiquilla que mostraba un par de piernas de antología que escapaban de esa corta minifalda.

Las horas transcurren y veo a Raúl mas entusiasmado que al inicio, se anima a sacarla a bailar y seguir los tips que le di, por ahí que se aprecia un pequeño coqueteo.

La canción termina y vuelven a su mesa, Raúl – al ver que las cosas fluyen - decide acercarse nuevamente a la barra para recibir su siguiente dosis de conocimiento. Atiendo que Raúl está muy entusiasmado con esta chica, tal parecer que esta situación no le sucede muy a menudo, es por eso que todos sus signos apuntan a un solo lado, él quiere darle un salivoso y despiadado beso francés.

Al ver a Raúl en un evidente estado de patidifusa excitación, pienso que debe bajar las revoluciones porque si no lo echara a perder, no todo puede ser hormonal, debe existir un equilibrio entre lo sentimental y lo hormonal, sino terminará espantando a la susodicha. Así que, como buen samaritano le indico que siga con el mismo tipo de alcohol y que esta vez le ofrezca un daiquiri de Fresa, de esta manera la situación se convertirá en un ambiente algo más romántico y menos hormonal.

A lo lejos, un fulano en un evidente estado etílico divisa a la inocente joven sentada, así que se le acerca sigilosamente cual león a su presa. El intruso  la invita a bailar pero es evidente que ella se niega, así que insiste en su intento de sacarla a bailar y ella se resiste. Entonces él la toma del brazo, apretándoselo, y se ve que no piensa retroceder en su cometido.

Al percatarme de ese detalle y ver la incomodidad de la joven, siento que debo intervenir, pero como en estos momentos estoy viviendo a través de Raúl, le advierto que están a punto de atrasarlo.

El voltea la mirada y ve que efectivamente su compañera de baile corre peligro de atraco, pero al mismo tiempo divisa al sujeto que la esta afanando y se percata que es un mastodonte con apariencia de boxeador aficionado.

Veo en Raúl su cara de espanto y siento que prefiere arrugar, estoy a punto de salir de la barra e intervenir por Raúl, pero tomo conciencia que mi territorio es solo detrás de la barra, fuera de ella es otra jurisdicción. Así que, converso con Raúl y lo convenzo de lo obligado que se encuentra de intervenir, lo aliento a que decida interponerse en esa pulseada, en ese intento de secuestro. Él se acerca y noto que se entromete con educación, colocando una pacifica mano en el hombro del intruso.

No se escucha nada de lo que están hablando pero, la forma tan gestual con la que conversan deja entender cada expresión salida de los personajes de aquella escena.

El clima se pone tenso. El cavernícola suelta a la chica y, desafiante, se pone a escasos centímetros de Raúl.

Al parecer, Raúl se muestra dispuesto a dialogar con él para persuadirlo de lo conveniente que sería para todos que él se retirara; sin embargo, cuando menos se da cuenta, los demás parroquianos ya han formado un círculo humano alrededor de los dos, encerrándolos en un cuadrilátero invisible.
La gente empieza a murmurar: “bronca, bronca”. El fulano –sabiendo que es más grande y ancho que Raúl– sonríe, se saca conejos de las manos y mueve el grueso cuello de un lado al otro, ejecutando la típica calistenia boxística.

Al oír el crujir de sus huesos, el pobre Raúl –que preferiría resolver el malentendido a la usanza del buen Gandhi– empieza a tratar de dialogar con él, buscando con los rabillos de los ojos a los VIP del establecimiento.

–Chucha, vengan todos, aquí hay mecha, grita un borracho, convocando a otros clientes dispersos.

Más gente se acerca hasta formar un verdadero tumulto. Ahora ya es oficial: no tiene escapatoria.
Al ver a Raúl, parado con los brazos abiertos tratando de calmar las cosas, me produce una suerte de preocupación, ya que mide como la pulga Ruiz Diaz, pesa lo mismo que Bruno Pinasco y se le ve tan agresivo como un Teletubbie.

Por eso cuando oye algunas risas camufladas en el barullo general, no se demora ni un segundo en captar que las está provocando él.

Dentro de ese tumulto puedo divisar que la chica por la cual se están disputando se encuentra algo confundida, no sabe si llorar o llamar a la ambulancia para que ayuden a su alfeñique acompañante.
Aunque ella no se lo pida directamente,  se muere de ganas de que la defienda, de que pelee en su nombre, de que se imponga, vengue la ofensa y saque pública cara por ella. Cada uno cumplirá su parte: Raúl saltará al ring y ella le hará barra.

A estas alturas del partido me veo en la obligación de intervenir, dejando de lado los límites demográficos a los cuales estaba restringido. Siento que Raúl saldrá damnificado de este encuentro, y en parte siento que es por mi culpa.

Raúl trata de llevar a su acompañante a otra mesa, pero el sujeto no lo permite. Lo empuja sin fuerzas y le advierte que no se meta porque va a perder. Por un momento me vi reflejado en el pobre Raúl, me sentí tan identificado que decidí intervenir, pero no para detener la pelea, sino para decirle que defienda su honor y que a estas alturas ya no tiene absolutamente nada que perder.

Él empuja a Raúl y se pone en guardia, insultándolo de una manera intimidante y feroz. Su empujón casi lo tumba al suelo, así que se reincorpora dispuesto a hacer gala de toda su torpeza para pelear. Está muy oscuro, así que Raúl trata de aplicarle un débil manazo que se pierde en el aire, en ese momento el troglodita al cual enfrentaba se posiciono para asestarle un puñetazo a nivel del estómago, cuando dos orangutanes con polo rojo lo capturan y lo arrastran a la puerta de salida, no sin antes invitar a salir al pobre Raúl que solo fue víctima del entusiasmo. De reojo veo a la susodicha que mira con compasión al pobre Raúl. Me da la impresión de que ha estado disfrutando todo esto, y me decepciona al intuir que es la típica mujer que secretamente adora que dos fulanos se peleen por ella.

Minutos después estoy fuera de la discoteca, busco a Raúl entre la multitud para decirle que fui mi culpa, que no debí incitarlo a pelear. Lo diviso a lo lejos y veo que hay gente mirándolo con lástima, como se miraría a un lisiado. Me acerco y escucho que solo atina a lanzar inútiles insultos dirigidos a ningún destinatario: “puta madre”, “carajo”, “conchasumadre”. Noto que está más ebrio de lo que sospechaba. Pienso que en el fondo, al expulsarlo, esos VIPS le han salvado de una tunda. Si el combate hubiera durado un par de rounds más, sin duda el pobre Raúl estaría en la clínica.

Me acerco donde Raúl y trato de calmarlo, veo que si tenía más que perder, la chica con la cual se encontraba dentro del local, se había esfumado en plena trifulca, al igual que el mastodonte que lo quería acribillar, había dejado a un lado su ego  para defender su honor.

Lo invito a que pase nuevamente al local para que se calme un poco, se había ganado un trago por cortesía de la casa o al menos era lo mínimo que podía hacer. Sentía que había dado un buen papel, si bien no se logró la victoria, pero al menos dejo todo en la cancha. Ingresamos al local y nos dirigimos a la barra, cuando en la esquina del lado izquierdo, se podía divisar a la misma susodicha que minutos antes disfrutaba de las piñas coladas que le proporcionaba Raúl, solo que ahora los disfrutaba en compañía del troglodita que había ocasionado todo este barullo. Me quede descomputado y perplejo, no encontré la lógica para aquel desenlace, solo atine a decirle a Raúl “ya fue loco, que quieres que te sirva”

“Dame una cerveza para olvidar”



¿Alguna vez ustedes se han peleado en una discoteca? ¿Ganaron, perdieron, se acobardaron? ¿Es cierto, que las mujeres masajean su ego cuando dos hombres se van a las manos por ella? ¿Cuándo la valentía se convierte en estupidez, y cuándo lo cortés sí quita lo valiente? ¿Es preferible que te rompan la cara a que no te rompan el corazón? 


[Aquí les dejo esta canción que sonó 48 veces esa noche]



jueves, 17 de marzo de 2016

¿DONDE ESTA MI VASO?


¿Dónde está mi vaso? Fue la pregunta que escuche veinticinco  veces aquella noche, “donde está mi vaso” me lo repitieron una y otra vez cada cierto tiempo, se usó tan indiscriminadamente esa palabra que mi sonrisa de utilería, estaba torciendo todos sus pliegos.

Lo digo de esta manera, porque aunque algunos no lo sepan, soy Bartender, y este fin de semana fui invitado a colaborar en un evento de Mística para celebrar el aniversario de una empresa.

“Donde está mi vaso” es la frase que usualmente se utiliza cuando la barra es libre (tragos gratis) y estas medianamente ebrio, no importa si eres hombre o mujer, siempre sale a relucir esa pregunta disparada a ningún destinatario, como si te lo estuvieras preguntando a ti mismo o a tu conciencia.

Usualmente tengo la ligereza de atender cordialmente a todos los clientes sin importar que tan ebrios puedan estar, un buen Bartender tiene que ser un buen anfitrión y sobre todo un buen conversador. El problema viene cuando las preguntas vienen acompañadas de cierto toque beligerante, déspota y hasta autoritario, es ahí, donde se ve en acción a un verdadero Bartender, un caballero frente a todo, un sujeto que puede controlar los problemas que surgen en toda reunión social.

“hey loco ¿Dónde está mi vaso?” fue la pregunta que me hizo un advenedizo en un evidente estado etílico, “lo dejaste en la barra y se lo llevo tu compañero” fue la respuesta que lógicamente le di, tal parece que no le gusto, porque comenzó a reclamarme sobre su vaso y encima, en el colmo de lo ilógico, tuvo la petulancia de decirme que cuidara su vaso como si esto fuera el colegio y tengas que ponerle nombre a todo tus útiles para que no se lo encaleten. Es muy común que un evento que cuente con barra libre (Tragos ilimitados) siempre se pierdan los vasos, siempre va a haber un parroquiano que deje su vaso a medio tomar y que uno más empilado - en un descuido del parroquiano – termine por dejar vacío el vaso.  

Como les comente al inicio me encontraba preparando un Chilcano de Aguaymanto para una dulce jovencita, hacía uso de mis más febriles técnica de barman experimentado de algún worldclass, mientras sonreía con una coquetería que solo yo conocía. Se acerca a la barra un sujeto más alto que bajo y más gordo que chapado, se acerca con una mirada perdida, como tratando de ahogar las penas en alcohol, se acerca y me pregunta: ¿Dónde está mi vaso?

Era la vigésima sexta vez que escuchaba esa palabra en la noche, había arruinado el pequeño momento kodak que trataba de vivir imaginariamente con la dulce jovencita del chilcano de Aguaymanto, estaba a punto de decirle que no tenía ni la más putañera idea de donde estaba su vaso, cuando de repente me dice: “¿puedes ayudarme? Necesito un consejo”. Mis revoluciones adrenalinicas bajaron a cero y por un momento recobre la cordura y decidí apelar a mi lado amable, el Alan versión psicólogo había entrado en escena, así que le dije: “claro amigo, te escucho”.

Después de cinco minutos, entendí lo que le pasaba a mi nuevo amigo, lo habían choteado. Pero esta fue, más bien, una choteada sutil, lenta, pausada, y ahora que lo pienso bien, tal vez por eso es mucho más dolorosa todavía. Para explicarlo en cristiano: cuando una chica se niega a salir contigo al primer intento, es más sencillo encontrarle consuelo a ese revés. Rápidamente te haces a la idea de que esa mujer no es para ti y entiendes sin paltas que ha llegado el momento de mirar a otro lado. Que nadie te diga que no lo intentaste.

En cambio, cuando la negativa se demora y llega por capítulos; es decir, cuando un viernes te dicen SI, el sábado te dicen NO y el domingo te susurran NO SÉ, entonces la choteada va tomando la terca dimensión de una maquiavélica tortura.

Fue de esto último lo que le sucedió a mi nuevo amigo, la chica con la que intentaba salir acepto encantada una invitación al cine, al día siguiente sutilmente lo choteo para un almuerzo en Señor Limón, y a la semana siguiente le mando un whatssap para cenar juntos. ¿Y qué paso después? Pues, nada serio. Solo que al final de la cena, mi nuevo amigo – dejándose llevar por la emoción y el vértigo que el momento ameritaba – le estampo un largo beso a mitad de la cara, entusiasmado por el salivoso intercambio decidió hablarle de “Su futuro juntos” (viajar el fin de semana a Lunahuana, hacer un almuerzo para presentarle a sus padres, hablar de los hijos que tendrían y hasta de los nombres que le pondrían). Imagino la cara de la pobre chica mientras escuchaba todos los planes y proyectos de los cuales ya se había hecho acreedora, fue por esa misma lógica que antes que el terminara de contarle del color de la pintura que escogerían para su futura casa, lo soltó de las manos y se largó, dejando en el aire una frase ruin que dolió tan hondo como una patada en los bajos: “Gracias. En serio, pero ahí no más”.

Mi nuevo amigo me conmina a que le invite un Manhattan, lo veía tan confundido y desencajado que en su necedad me decía: “se me ha ocurrido llamarla, pues creo que había algo inconcluso en su frase. Dijo “ahí no más”, claro, pero ahí donde ¿Sera una señal? ¿Una clave? ¿Ese “ahí no más” estará relacionado a un lugar? Decidí franquearme y decirle que no la llame, que sería el rey de los idiotas si la llamaba.

Termine de preparar su  coctel Manhattan, cuando visualice que mi nuevo amigo se había alejado unos metros de la barra, pude ver que tenía el teléfono pegado a la oreja y una conversación de la cual se escapaba una par de frases muy deprimentes: “Sé que dijiste ahí no más, pero te referías a un lugar ¿a viajar ahí no más a Lunahuana?


Decidí salvarlo de la humillación, no me importaba si lo tomaría a mal o si me estaba involucrando más de la cuenta, pero estaba convencido que no permitiría que se autodestruyera en frente de mis ojos. Nada, ni nadie me iba a detener, nadie excepto una chica media ebria que me toco el hombro y no se le ocurrió mejor manera de pasmar mi momento de héroe, que decirme: oie amigo ¿Dónde está mi vaso?